julio 26, 2005

Llamada

El fragor del día te toma el cuello por sorpresa,

giras la cabeza

y observas toda esa libertad asfixiándose por la ventana,

el sudor de los cristales

carcome deseos imposiblemente sustentables,

es la hora que no acaba,

el imprudente ajetreo

del otoño interminable que no cesa de caer en el rostro,

la distancia gesticular de coqueteos perpendicularmente fabriles,

la psicótica llave de la espera maldita

te taladra el seso técnicamente imperceptible,

escuchas tu desindividualizada matrícula

reproduciéndose inútilmente un millón de veces,

tomas corteza

y te detienes en tus fascinantes metamorfosis...

destripas de tinta los azulejos

y te burlas de los devoradores de sueño,

abres la quijada de un ángulo y te pierdes el resto de la tarde

-¿Sí, diga?-

por un segundo, tu vientre se revienta pausadamente sobre la pared, juego de sombras balbuceando tu espacio,

miras un trozo de aire y saboreas la sal de la tarde

-¿Quién es?-

el asfixiante ruido enmudecido ansiosamente te invade,

cristales líquidos resbalan tu rostro,

la cicatriz de la tarde sella labios,

escupe lava,

derrite miedos,

kilómetros adelante ...

número equivocado.

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