La soledad se instala y lentamente sobrevive a tu recuerdo, el bao de la tarde atraviesa las cuencas encharcadas de murmullo agigantado. El leve grito de la aurora resucita astros en las avenidas desoladamente estériles o los girasoles desquebrajan el aletargante soliloquio de los rayos ultravioleta. Nada ha quedado de aquel séptimo día o es la inocencia que duerme neuróticamente su partida, no lo sé de cierto.
Tus manos permean la esperanza delirante del encuentro que no llega a la hora que no era, oscuridad que se impone ferozmente a su rechazo, derrotero invencible de lacónico beso a quemarropa
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